A Chongoro lo recuerdo un poco diluido en el tiempo buscando la estrella polar desde su pequeño barco anclado a escasos distancia de su bodega encallejonada donde la inquieta Natividad furtivamente sustraía los centavos del amor lejano que sólo yo disfrutaba a cambio de unas muy románticas carta que ella nunca supo escribir en respuesta a las que frecuentemente le enviaba su prometido desde cualquier puerto con algún marino amigo de ocasión. Natividad danzaba el amor a escondidas de sus padres, incluso de Petrica, su hermana menor, que yo veían revolotear como una mariposa entre los mismos caracteres de la carta que con tanta ansia, alegría y pasión, Natividad le respondía a José Manuel, el que se fue para siempre y jamás retorno sino cabalgando las olas del correo.
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