viernes, 17 de septiembre de 2021

LA INGRATA AVENTURA DE MIS PATINES

Yo tuve un par de patines que me regaló Américo Albornoz Martínez cuando ambos éramos monaguillos del padre Agustín Costa que amaba tanto a los niños como San Juan Bosco en la iglesia de La Asunción, capital del Estado Nueva Esparta. Américo Albornoz estudiaba sexto grado con el profesor Luis Pibernat y yo cuarto grado con la maestra normalista Nuncia Villaroel en el Colegio de Varones Francisco Esteban Gómez. Cuando su hermano mayor se graduó de médico en Caracas mando a buscar a todos sus hermanos y yo como único recuerdo cargaba mis patines para todos partes. Una vez me fui de vacaciones a la isla de Coche y rodaba con mis patines en la única calzada que tenía la isla al lado de la Iglesia. Allí varias veces sobre mi pierna derecha calzada de patín paseaba al niño Víctor Salazar que llegó a ganar el primer premio de poesía latinoamericana. Cuando viaje a Caracas a estudiar me lleve mis patines y en las madrugadas de diciembre era uno los tantos ruidosos patinadores del Conde Este 10 Bis cerca del Puente Mohedano. Una madrugada decembrina me pegué del chasis de un camión estaca que pasaba y rodando caí en una alcantarilla y me lesioné gravemente una de las rodillas. Mi prima Carmen Verónica Coello que era médico residente del Centro Médico del Seguro Social cargó conmigo y me inyectó una antitetánica. Mi tia Regina toda preocupada tomó mis patines y los lanzo al río Guaire que discurría por detrás del patio de la casa-quinta. A veces me subía la azotea para ver si por arte de magia flotaban mis patines. Un día de la estación lluviosa el Guaire que parecía turbio y tranquilo, se desbordó de repente y creí que mis patines al fin flotarían, pero no. Un vecino me dijo que seguramente la impetuosa corriente desbordada los hizo rodar hasta el mar que es el morir, como dice el poeta. (AF).