sábado, 5 de noviembre de 2011

Elena Mercedes

Elena, Mercedes, porque nació el 24 de septiembre, Día de Nuestra Señora de las Mercedes, patrona de los cautivos.    Ella era la esperanza de su Madre, la última de sus hijos y la más sensible, soñadora, inquieta, buena hija, alma buena y solidaria.  Se recibió de maestra normalista en Cumaná en un tiempo en que el mercado de trabajo docente era reducido en cualquier lugar de Venezuela.  No lograba campo para el ejercicio profesional en la isla. Tampoco en Ciudad Bolívar ni en Maracaibo.  Regresó a la isla y al fin pudo enganchar en la misma escuela donde todos estudiamos.  La recuerdo con su garrafa de cristal buscando agua en los pozos de Valle Seco, Pedro Regalado y el Secreto o trepando las escabrosas rocas de El Piache en donde un día pretendí escalar la cresta con ella desafiando el temor por la escabrosidad y la altura.  Su único amor le falló a la distancia.  La suerte de las muchachas de Coche estaba entonces signada por la lejanía y la dilatada espera, la distancia más allá del mar.  Buscó refugio en los claustros espirituales de la Iglesia.  Al final desistió diluida su amargo sentimiento por la misma nieve del Sol occidental y encontró otro amor más cercano, musical, solicito y deportivo, pero seducido su ocio muchas veces por la influencia de un médico bohemio que trataba de curar los males del pueblo con su experiencia estancada por el vino, la música y las composiciones poéticas..  Ese es el peligro de una isla árida, una isla de sal, sol y viento, donde el paisaje se opaca con los cerros pelados y el mar desolado, donde la diversión es el canto, el vino y la guitarra.  Ese día aciago, el médico estaba ebrio y la niña encinta de su primer fruto tuvo un parto difícil y forzado, se desangró en el curso de la operación obstétrica. Murió irremisiblemente y el niño pudo sobrevivir a la tragedia de un parto que habría manejado mejor la tradicional comadrona del pueblo.  Que raya tenebrosa para aquel señor a quien hubiera querido respetar hasta poco antes de que lo consumiera la inclemente cirrosis de la bohemia. Elena se fue.  Ella como que presentía el fatal destino pues pretendió evadirlo sin llegar a consumar su deseo de enclaustrarse en un convento distante de la vida  profana.  Se fue la niña sin poder decir adiós.  Se fue dejando atrás el silencio de su visión azul y la sal que terminó  de curtir el alma doliente de su madre.

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