miércoles, 23 de noviembre de 2022

RELATO DE LA ISLA (VI)

A Tía Victoria poco la atraía la música clásica, tampoco la llanera de arpa, cuatro y maracas. Prefería, en todo caso, la Gregoriana que a veces interpretaba en el viejo órgano de la iglesia, el Padre Chico Nardi que tanto ella recordaba “¿Qué será de este gracioso y chispeante párroco… retornaría a la península mediterránea a degustar el buen vino y la frittata?” Es posible, pues mucho lo deseaba. Ahora, en su lugar, viene el Padre Juan Bautista Marcano, joven, inteligente, pero el santo varón terminó ahorcando los hábitos pues se enamoró de la directora de la escuela de artes y oficios de Los Robles a espaldas, por supuesto, de su patrona, Nuestra Señora del Pilar, patrona también de España y cuyas festividades transcurren el 12 de octubre, fecha cumbre del Descubrimiento de América por el misterioso Almirante Cristóbal Colón. El nuevo continente, presentido por anteriores navegantes, debería ostentar el nombre del Almirante y no el del Florentino. Este florentino, navegante italiano le habría hurtado los planos al genovés. Es lo que dicen y se especula tanto sobre el tema que no sabemos a qué atenernos. Lo cierto es que este cosmógrafo florentino-castellano, fue todo un personaje de su tiempo, sobre-todo lo que decía en sus relatos sobre indígenas que vivían 150 años y que cometían incesto y canibalismo a discreción, mujeres voluptuosas y hombres que usaban la mordedura de ciertos animales venenosos para aumentar sus genitales a un tamaño gigantesco. El responsable del error parece ser el cosmógrafo germano Waldseemüller, a quien, seguramente, Americus Vespucio no conoció en vida, pues falleció en Sevilla en 1512 sin saber que su nombre designaría todo un continente, un privilegio jamás alcanzado por otro ser humano. El nombre de Américo quedó eternizado, en cabio, al Almirante le derrumban sus estatuas partidarios de gobiernos populistas de izquierda que lo culpan de haber abierto la ruta que condujo hacia el descubrimiento de un nuevo continente, muy promisor y de escasos pobladores que a la larga, europeos de toda índole sometieron, contaminaron y explotaron sin ningún miramiento. Si no hubiese sido al Almirante Colón, habría sido otro, igual o peor, tal vez, o mejor, “Ojalá hubiesen sido los anglosajones” solía exclamar algunas veces Tía Victoria. Quería decir que esa cultura tal vez nos hubiese llevado a un nivel de tanto valor como ahora los Estados Unidos, tenido como la primera potencia mundial, económica, militar y financiera. Numerosos serían aliados, otros, nos envidiarían con malos ojos, los más sensatos quisieran emularnos y los que quedan, más o menos, nos verían con temor o porque seguramente la contradicción es un fenómenos genético cósmico del que es difícil escapar a juzgar por la teoría del Big-bang. La contradicción del ser humano siempre expandido como el Universo. Por paradoja o antilogía, los cristianos creen que el Universo o Reino de los Cielos es obra de Dios. Es la opinión general, distinta a la que responderían científicos como Albert Einstein, Edwin Hubble, Grorges Lamaitre, Georges Gamow y Stephen Hawking. Este último falleció el 14 de marzo de 2018. Era un docente en silla de ruedas, pero autor de libros divulgativos sobre ciencia. Alcanzó enormes éxitos de ventas, en los que discute sobre sus propias teorías y la cosmología en general, como la Historia del Tiempo, del Big Bang y de los Agujeros Negros que son, algo así, como el cementerio de los planetas, al igual que nosotros también se extinguen. Porque así es la vida, como me decía un profesor, “estrecho valle entre las frías y áridas cumbres de dos eternidades o una jornada hacia la derrota final”. El derrotero final, eso es lo que nos espera y Petrica, la mano derecha de Tía Victoria, lo sabía muy bien por eso sus manos ágiles de tejedora, confeccionó su mortaja y antes de morir la vistió como quien va para una fiesta que en este caso, sería el festín de los ángeles, porque “Petrixa” o Petra Margarita que fue bautizada con el nombre de su abuela, era posiblemente más que un ángel y tal vez la intuyó su maestra Emérita Marín que la configuro como la Inmaculada Concepción en un cuadro vivo de la escuela. Ella se lo creyó e hizo votos de castidad, a pesar de las serenatas del guitarrista del pueblo. Se dedicó por entero a cuidar el hijo de su hermana muerta mientras daba luz y a Víctor Salazar, premio latinoamericano de poesía y finalmente a su Madre que vivió más de ochenta años. Siempre fue fiel a su madre, hasta después de muerta, pues en un terreno de su casa al borde del cerro de la Cruz del Piache, cultivó un jardín donde prevalecían las dalias y las siemprevivas. Los domingos cortaba las más recientes, escalaba el cerro y se dirigía hasta el Cementerio a depositar sobre la tumba de la Madre, el ramillete todavía húmedo por el rocío de la madrugada

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