viernes, 11 de noviembre de 2022
BODEGA DE TÍA VICTORIA (XV)
Oro, oro, el metal más puro de la naturaleza, pero bendito y maldito por el ser humano en momentos circunstanciales, proviene del espacio, posiblemente de meteoritos que impactaron con la tierra después de su formación hace miles de años. La Biblia habla de ese metal precioso de color amarillo intenso e dio pábulo a la mitológica leyenda de El Dorado. ¡Cuánto se ha dicho y escrito sobre El Dorado y su secuela. Desde los tiempos bíblicos se busca a El Dorado, sólo que entonces tenía el nombre de Ofir. Era Ofir una ciudad dorada que jamás apareció en ninguno de los mapas de la antigüedad, pero que buscaron incesantemente a costa de muchos sufrimientos y derramamientos de sangre, aventureros obsesionados por pasaje de la Biblia sobre la existencia de la ciudad dorada de Ofirr, donde el rey Salomón obtuvo el oro que necesitaba el Maestro de obras, Hiram, para la construcción de un Templo inaugurado 988 años antes de Cristo, un templo que todavía se disputan en lucha sangrienta y milenaria palestinos e israelitas.
El Ofirr bíblico de ayer ha sido El Dorado moderno que el sociólogo Paúl Tabori calificó como una de las más grandes estupideces del planeta; sin embargo, en Guayana, donde la añagaza de El Dorado terminó de convencer a la gente que no era otro sino ese oro natural de la tierra, la situación ha cambiado. Ahora la gente sabe a ciencia cierta dónde está El Dorado, pero sabe que para llegarle con barra, pala, palín y batea, hay que destruir la naturaleza boscosa desafiando la zoonosis y dejando el alma y el pellejo sepultados entre cavernas.
El Dorado histórico parece que estaba en Guatavita o en una ciudad Manoa y que el único de la conquista que por accidente llegó hasta allá fue un marino llamado Juan Martínez.
Juan Martínez, un nombre tan común en la nombradía castellana fue el único por excepción de la conquista hispánica que conoció a la fabulosa Manoa, capital de El Dorado.
Martínez participó en la expedición al mando del comendador Diego de Ordaz que por primera vez exploró el Río Orinoco y por un golpe de suerte tuvo la fortuna de conocer a la fabulosa ciudad dorada de Manoa, donde todo cuanto existía parecía haber sido tocado por la mano de Midas.
El relato salido de una confesión que a la hora de su muerte le hizo Juan Martínez al cura de su vecindad, llegó a poder del Capitán Antonio de Berrío, fundador de Ciudad Guayana, y dicho relato fue confiscado por el caballero Sir Walter Ralight cuando hizo preso a Berrío y le sirvió de base para incursionar en la Guayana adentro como lo hizo.
El episodio lo relata así el Padre Constantino Bayle en su libro “El Fantasma de El Dorado”: "Había sido Mar¬tínez maestro de munición en la jornada de Ordaz; por un descuido suyo se quemó un día la pólvora, e irritado Ordaz le condenó a muerte, que conmutó en sentencia; le metieron en una canoa solo, y sin víveres le echaron río abajo. De no morir de hambre la suerte que le aguardaba era el topar con una de las flotillas de Caribe que solían recorrer el Orinoco a caza de hombres para surtir su despensa y abastecer sus ban¬quetes. Pero lo ordenó mejor la fortuna, porque cuando ya se estaba muriendo de necesidad, cayó en manos de mercaderes guayanos o Dorados que como compasivos no sólo le dieron de comer sino que le llevaron a su pueblo que era Manoa (la capital del mismo el Dorado). De esta manera el castigo por un golpe de suerte se convirtió en su fortuna. Sin pensarlo, alcanzó a ver la tierra que todos buscaban sin poder encontrar, y a todos se les escapaba de las manos. Pero como los Dorados no querían exponer su ciudad a los viajeros, para que no supieran el camino, le vendaron los ojos y le quitaron la venda al entrar en la ciudad, para que se deslumbrase con la suntuosidad de los edificios, el lujo de los palacios y la infinita multitud de los habi¬tantes; una noche y un día tardó en atravesar la pobla-ción hasta llegar al alcázar donde el príncipe le acogió amoroso y le hospedó. Y entre fiestas, banque¬tes y ociosidad verdaderamente dorada, pasó siete meses, al cabo de los cuales el emperador le otorgó benigna¬mente licencia para que volviese a los suyos; pero le mandó bien rico, pues le dio varias cargas de oro. Pero a la vuelta le asaltaron los indios Orenoqueponis y a duras penas salvó la vida y unas calabazas llenas de pol¬vos de oro, y con ellas pasó a la Trinidad y de aquí a la Margarita y a Santo Domingo camino de España, donde esperaba dar a conocer tan gran descubrimiento, pero aquí lo alcanzó la muerte y dio a su confesor una relación de todo lo que había visto en su monumental viaje".
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