lunes, 2 de enero de 2012

Celo sangriento por la sal

Durante la Colonia, España no le dio mucha importancia a las salinas debido a que contaba con abundantes minas en la propia península ibérica, pero por cuestión de soberanía, sí le importó mucho que los holandeses le pusieran el ojo y sacaran la sal furtivamente de Araya para comerciarla con los países escandinavos y con otros del Norte de Europa que explotaban la industria de la salazón. Por eso los persiguió a sangre y fuego, tal como lo hizo Gómez contra la propia gente del pueblo que sustrajera sal de las salinas del estado venezolano para la salazón del pescado y otros alimentos.
A falta de refrigeración artificial como existe en la época de la modernidad para conservar en buen estado los alimentos, ideal era la sal común, de suerte que la industria de la salazón en ese sentido fue próspera, por lo menos hasta que los ingleses a finales del siglo diecinueve inventaron un sistema mecánico de refrigeración.
Pero este sistema no properó industrialmante si no hasta ya avanzado el siglo veinte, por lo que la sal fue hasta entonces un producto natural precioso que había que cuidar y explotar con insistente celo hasta el punto de que el Congreso de Angostura en 1819  resolvió que el-Ejecutivo tomara en sus manos la extracción de   la sal, decisión complementada con el decreto dictado por el Libertador en 1826, en el cual establece que todas las salinas pertenecen a la Nación (1926). Así ha sido desde entonces y por tal norma y principio el Estado siempre ha tenido en sus manos el control de las salinas venezolanas y de ella ha cuidado y obtenido provecho fiscal, exagerando, por lo menos en tiempos de Juan Vicente Gómez, las medidas dirigidas a evitar la extracción de manera ilegal.
Ejemplo de esa exageración se evidenció en 1913 en la Isla de Coche teniendo como resultado una tragedia que jamás han dejado de recodar los habitantes de la Isla, siempre solidarios y enardecidos contra las injusticias.
De las Salinas de Coche cuidaban un Administrador y un Jefe de Resguardo además de otros funcionarios o celadores que tomaban sus medidas preventivas y represivas para evitar, por mínima que fuese, se sustrajera sal durante o fuera de la tarea de recolección.
El sábado 6 de septiembre de 1913, a las cuatro de la tarde, esas medidas extremas aplicadas por las autoridades para evitar la sustracción de sal, costó la vida de Águedo Salazar, hombre del pueblo, y al coronel Pablo Antonio Chaparro, andino, Jefe del Resguardo       de las Salinas.  Este último       fue        linchado y descuartizado. Una poblada enfurecida por los disparos mortales  del Coronel contra Aquedo Salazar, acusado sin pruebas haber extraído sal de las salinas, asaltó la Jefatura Civil, armada de machetes, piedras y cuchillos, y vindicó a motu propio aunque de manera cruelmente primitiva, a un trabajador del pueblo.


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