Mi tía Juanita era una mujer alta, ágil y de hablar muy tierno. Aquel hacedor de barcos no pudo encontrar una pareja mejor que ella. Cocinaba riquísimo, expendía el Papel Sellado y administraba las campanas de la Iglesia. Yo entraba furtivamente a su alcoba, abría la caja azul que parecía un baúl y extraía los mediecitos. Ahora que lo cuento, siento un dolor inmenso por mi tía tan noble y suave como el aserrín.
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