jueves, 24 de diciembre de 2020

Canoncito “El Herrero”

Los moradores de la Isla de Coche, acostumbren identificar a le gente por apodos o apócopes. A quienes calzan el nombre Nicanor le dicen “Canón” y si de talla muy baja es posible que lo llaman “Canoncito”. Era lo que sucedía con Nicanor, el herrero del pueblo. Lo llamaban “Canoncito, el Herrero”. Era hijo de Nicanor Arismendi, hombre alto y delgado, de voz recia y autoritaria, claudicaba de una pierna por lo que siempre andaba con un bastón, prefecto de la isla, posiblemente descendiente del prócer de la independencia. Juan Bautista Arismendi. Era padre de Paulita, casada con el navegante y próspero comerciante Juan Casanova Gil, padres de Emerio, de Efraín con quien compartía cuarto en nuestra época de estudiantes en el Conde Este 10 Bis 144, Caracas. Allí también, quinta de la generosa matrona Regina Coello, mi tía por línea paterna, residía su hermana Elinora, quien tuvo una hija, pianista de calidad internacional. Con Efraín iba los domingos al cina San Agustín, al otro lado del rio Guaire, y por las noches le echábamos el carro a los portugueses que vendían tostadas en las esquinas. Tenía un complejo con su tamaño y por eso aumentaba su estatura con cartones en sus calzados. Cuando estaba de vacaciones en la isla, su hermano menor, Freddy, extraía cuarticos de anís de la bodega de su padre y por las noches trepábamos el cerro del Piache para libar y contar las estrellas, quizá como la Loca Luz Caraballo. de Chachopo a Apartadero. Ellos, los hermanos Casanova eran sobrino de Canoncito “El Herrero” a quien por trabajar el hierro y manipularlo a fuerza de mandarria contra el Yunque, el pueblo lo consideraba hombre fuerte que, por cierto, se estimulaba bebiendo ron blanco de 50 grados. Tal vez, por eso, el pueblo le asignaba las tareas más peligrosas como la de manejar la pirotecnia en ls fiestas patronales de San Pedro o romper a golpe de mandarria la eminente piedra sobre el pecho de un hombre de circo que ofrecía espectáculos adicionales de la película que pasaba por las noches un empresario de cine llamado Alipio. De manera que cuando el Cinematógrafo proyectaba la cinta en forma defectuosa en la gran pantalla, los espectadores a una sola voz exclamaban a gritos “Cuadro Alipio”- (AF)

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