Recostado
el patio cargado de leña contra el borde del cerro El Piache, la Casa Victoria
expendía artículos de toda clase, desde una botija de kerosene hasta una panela
de papelón, incluso, mercancía seca como cretona, condimentos aromáticos y añil
para teñir la ropa de ocasión. Victoria
tenía una cargadora llamada Martina y un burro aguador que no comía pasto sino maíz
traído del Golfo de Cariaco. Era una
bodega que fiaba, empeñaba prendas y daba la ñapa, socorría al desvalido andariego
como Leandro y vendía licores fuertes.
Victoria era única en su estilo, el eje de la gran familia Fernández
esparcida desde la Iglesia del apóstol San Pedro hasta el cerro Urica, donde
por siempre se había anclado Cleto, legendario lobo de mar, que había navegado
todos los océanos.
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