Goyo Suárez era excelente calafateador. Cuando el San Rafael hacía agua tras largo viaje, al llegar a tierra, Goyo le trataba las juntas de las tablas del casco y la cubierta con estopa y brea comprada en la casa del tuerto Juan Gil. Y cuando en la bodega se agotaba la estopa, Goyo, quien tenía unos bigotes abultados, apelaba a la estopa del cocotero de Punta Botón. Desayunaba Goyo con una descomunal taza de majarete, visto lo cual, una mañana el travieso niño vecino le preguntó por qué consumía tanto majarete, “Ni tanto, mijo, sólo la mitad porque la otra mitad se queda en los bigotes”.
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