miércoles, 9 de noviembre de 2022
RELATOS DE LA ISLA (XVIII)
Diecisiete años después fue inaugurado en Caracas el Museo Alejandro Otero, pintor y escultor nacido en el Estado Bolívar igual que Jesús Soto. Alejandro Otero Rodríguez nació en el Manteco el 7 de marzo de 1921 y falleció en Caracas el 13 de agosto de 1990.Es junto a Jesús Soto y Carlos Cruz Diez uno de los artistas cinéticos más importantes de Venezuela.
El Museo Alejandro Otero es un centro cultural que incluye además del museo de arte contemporáneo, una plaza, jardines y un anfiteatro y se localiza en el Complejo Cultural La Rinconada. Fue inaugurado el 14 de agosto de 1990, y está dedicado a la memoria de Alejandro Otero, destacado artista y escultor. En el lugar se ofrecen diferentes exposiciones y conferencias y se explica mediante visitas guiadas la evolución que ha tenido el arte contemporáneo venezolano.
El día que me enteré de la muerte de este pintor venezolano publiqué en la prensa local esta entrevista que le había hecho en una de las tantas visitas a la ciudad capital:
“Alejandro Otero tenía pendiente una cita con la muerte (todos la tenemos de alguna manera) y desde el lecho de enfermo rechazaba una prolongación artificiosa de su vida "capaz de llevarme a una impuntualidad innecesaria". Sólo quería ser puntual y lo fue el lunes 13 de agosto cuando como Proust dijo: "Punto Final" y se quedó sin aliento.
Habría querido venir antes a la amada tierra de su adolescencia para contemplar desde el otro lado del Rio la Tea Crepuscular que nunca pudo ser sino en el papel o en la pantalla de su computadora. Quería con su Tea de 50 metros alzada como Faro sobre Los Francos, alumbrar la esperanza del pescador orinoqueño además de calzar en el anular de cada paisano citadino su Anillo vibrante en movimiento circular. Pero no pudo, se quedó sin aliento
Por supuesto que había venido antes muchas veces persiguiendo la Torre Solar y un día de tanto venir apresurado se puso a recorrer conmigo los hitos que en la ciudad marcaron su adolescencia, desde el pie del Cerro La Esperanza donde su madre Luisa enseñaba las letras a los párvulos de Los Morichales hasta el puerto de los antiguos bergantines y barcos de chapale¬tas, pasando por El Porvenir, el Colegeón de José Luis Aristiguieta, el Banco Royal of Canadá y la esquina del Viejo Oropeza, quien le prestaba el burrito plateado que no respondía sino a un sólo paso y a un sólo camino.
Caminos y lugares de la adolescencia eran éstos de la Ciudad Bolívar de 1930 porque su infancia pura transcurrió en Upata a donde recién nacido y junto con su hermano mayor lo llevó su Madre procedente de El Manteco, apenas muerto su Padre.
Mi padre era uno de esos aventureros. Aventu-reros en el sentido más honesto y hermoso de la pala¬bra. El murió en la selva del Caroní picado por una araña mona. José María (Otero, como se llamaba, era hermano de Carmen Otero, madre de Raúl Leoni y casada con Clemente Leoni. Toda esa familia era de El Manteco y se reubicó en Upata al igual que nosotros. Otra rama de los Otero se instaló en Barcelona de donde son los Otero Silva. Entonces, para ir de Upata a El Manteco había que hacerlo en carromato tirado por bueyes y se tardaban días y noches.
Los Leoni Otero se instalaron en Upata en 1919 y los Otero Rodríguez en 1923. Mi familia estuvo desprovista de todo hasta que cinco años después, con la liquidación de la sociedad minera que tenía mi padre Alejandro Otero, reducida a 700 bolívares, una fortuna para la época, pudo mi Madre comprar una casa en las afueras de Upata. Allí ella se sostenía enseñando a los niños del sector y fabricando pantuflas con las fibras que yo y mi hermano extraíamos de una planta silvestre abundante en las inmediaciones.
Era una casa modesta, de bahareque, con techo de palma y cuando llovía se hacían unos pocitos en los cuales yo echaba a navegar mis barquitos de papel. Aquellos momentos nunca tuvieron nada de dramáti¬co. Yo vivía feliz a pesar de la pobreza porque estaba rodeado de personas que me amaban y estimulaban esa innata disposición de alegría que yo tenía.
Yo diría que mi vida es la historia de dos perso-nas: una a la que le acontecían las cosas y otra que reflexionaba, pensaba y meditaba sobre lo que le acon¬tecía a ella. Mis recuerdos de infancia y aún los más recientes tienen esa particularidad. Yo haciendo una cosa libre y espontáneamente y mi otro yo vigilándome y siguiendo cada una de esas cosas.
Yo nací como un visual, fundamentalmente en contacto con las cosas a mi alrededor a través de los ojos. Recuerdo la pasión que ponía, la observación de los detalles de la naturaleza, del modo de ser de las personas, del fenómeno de la lluvia, el crecimiento de las plantas, del movimiento de las nubes y, al mismo tiempo, viéndome sufrir y gozar de aquella situación y sacando consecuencias interiores de ese modo de ver 1as cosas a través de los ojos.
El momento en que comencé a ser creador? Este mo¬mento inicial y preciso no existe. Diría más bien que uno tiene tendencia a recibir a través de determinados sentidos esas percepciones iniciales, necesarias y útiles que despiertan la conciencia de cada quien. En todo caso, el momento devolverme pintor si es que existe ese momento, debe haberse producido cuando yo tuve suficiente material captado, suficientes vivencias urgi¬das de expresión. En mi caso, siendo yo visual., tenía que hacerlo tan pronto me cayera un lápiz de color en las manos. Mi infancia la considero clave en todo cuanto soy. Ese pueblito de Upata donde transcurrieron mis primeros años lo considero extraordinario, único y determinante en todo cuanto soy.
Mi vocación artística despertó un día de vacacio¬nes cuando mi hermano mayor me transfirió una invi¬tación para asistir a una exposición de pintura de los alumnos de una Escuela de Artes Plásticas que funcio¬naba en La Pastora. Entonces estudiaba para maestro rural en el Mácaro de Maracay y pasaba las vacaciones de diciembre en Caracas donde trbajaba mi hermano.
Yo creía que la exposición era en el Museo de Bellas Artes, por lo que tuve que retomar el tranvía para llegar hasta La Pastora. Para mí aquello fué maravilloso. La exposición fué muy completa, había pinturas, gua¬ches, dibujos, diseños, esculturas que me llamaron la atención y a las cuales le dediqué mucho tiempo tal vez porque las veía más comprensible. Este fue el primer enfrentamiento que tuve ante la posibilidad de asumir una vocación que cada vez se concretaba más. Jamás olvidé la impresión que me causó aquella exposición de la escuela ni tampoco aquel estado de alegría y felicidad que me produjo haber estado cesa noche allí.
En aquella exposición de La Pastora se produjo mi ruptura con un destino equivocado. Quise dedicarme de nuevo a mis estudios, pero ya sentía que no era el mismo, no estudiaba y bajé el rendimiento nota¬blemente.
Se estaba desarrollando dentro de mí un estado de crisis porque me daba cuenta que no me interesaba nada de lo que estaba estudiando, me sentía muy mal, muy triste y muy frustrado. Le escribí a mi madre, ella me entendió, renuncié al Mácaro y regresé a Ciudad Bolívar. Trató mi madre de que volviera al Banco Royal Of Canadá donde antes, cuando egresé del sexto grado, había estado de cobrador. El Gerente, por mis buenos antecedentes y consideración a mi familia, me admitió en una posición mejor, pero fue inútil, simplemente me sentaba al escritorio y me negaba a trabajar, los cheques se amontonaban sin darles salida en el libro y el gerente confundido se veía obligado a hacerlo él mismo. Me preguntó qué me pasaba y me eché a llorar. Enterada y preocupada mi madre por lo que me ocurría, hice un esfuerzo por superar lá crisis y volví al banco dispuesto a trabajar.
Después de estar quince días rindiendo normalmente en la agencia del Banco Royal, me encontré con algo muy curioso al regresar del trabajo y era que en mi casa estaban reunidos todos mis tíos por parte de madre y padre tomándose unas cervezas muy alegres todos. Mi madre los había llamado por telegrama para enterarlos de todo cuanto me ocurría, de manera que cuando llegué me dijeron". "Hemos resuelto que te vayas a Caracas y estudies pintura que es lo que te gusta". Vamos a arreglar las cosas para que la beca que tenías para estudiar en el Mácaro te la sigan pasando. Esa fue la solución. Mi madre convocó a un consejo de familia y en ese consejo se decidió que yo debía ser pintor y fué así como de nuevo volví a Caracas feliz y contento a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas y allí comenzó todo lo que ya se conoce de mi obra.
Así como Soto y Otero, internacionalmente en la pintura, destacó el también bolivarense, Antonio Lauro, con la guitarra y en su honor, el Consejo Nacional de la Cultura creó un Concurso Nacional de Guitarra con su nombre en cuyo acto inaugural hablo el historiador Manuel Alfredo Rodríguez: “Antonio Lauro probó cómo a nuestro país se puede servir, sirviendo a los valores del espíritu. Probó cómo puede alimentarse el patrimonio espiritual e intemporal del hombre dándole un mensaje de belleza aunque ello no produzca enriquecimiento ni encumbramiento, dijo Manuel Alfredo Rodríguez, profundamente emocionado, al improvisar un discurso en el acto inaugural de la primera versión del Concurso Nacional de Guitarra “Antonio Lauro”, patrocinado por el Consejo Nacional de la Cultura, en el mes de diciembre de 1986, conjuntamente con la Gobernación del Estado Bolívar, para los estudiantes de las escuelas de música del país, en el Año Internacional de la Paz. La apertura del Concurso, en la Casa del Congreso de Angostura, estuvo a cargo de la ministra de Estado-Presidenta del Conac, Paulina Gamus Gallegos, y del gobernador René Silva Idrogo, quien exaltó la obra de Lauro y la ministra luego de hablar de los objetivos del Concurso dijo que la idea de que se realizara en Ciudad Bolívar fue del propio Maestro, así como también él escogió el jurado y diseñó la organización del evento. Lamentablemente, la muerte sorprendió a este artista guayanés de proyección universal y por eso no pudo estar físicamente presente en este acto, por lo demás muy concurrido y con representantes de todos los sectores institucionales. Estaban María Luisa Lauro y su hija Natalia Lauro, así como los miembros del jurado: Alirio Díaz, quien vino expresamente de Roma; Rodrigo Riera, Rómulo Lazarde, Leopoldo Igarza y Alvaro Alvarez. Manuel Alfredo Rodríguez, en su disertación para exaltar la obra de Lauro, se remontó a la Venezuela de la Colonia, época en que logró un florecimiento musical inigualado con la América española, a tal extremo, que algunos ensayistas han usado el término de “milagro musical” hoy rechazado por los culturólogos. Venezuela –dijo MAR- tuvo un sentido de contemporaneidad de potencia creadora en absoluta concordancia con el mundo de su tiempo. No era desconocido a nuestros músicos del siglo XVIII, a los que empezaron en el Oratorio de San Felipe Nary y en las arboledas de Café de Chacao, lo que hacían, por ejemplo, los más relumbrados y fino artistas de la Escuela Musical de Venecia y de los grandes países europeos. Sin embargo, el huracán de la guerra de independencia arrasó prácticamente con aquella obra. El vals de encargo, la canción de serenata y la música “sancochera” acabó con tanta excelencia hecha por catorce generaciones de creadores venezolanos. De manera que cuando advino el siglo XX, la situación era de colapso. Apenas si quedaba como vestigio, como testimonio de un pasado esplendoroso, las partituras acumuladas en los sótanos de la Escuela Superior de Música de Caracas. En este marasmo, un grupo de músicos se afincó en dos convicciones: en la universalidad del lenguaje musical, en la música como mensajera más fidedigna y exacta del ama de los pueblos y en la necesidad de que Venezuela no sólo rescatara su tesoro, sino que lo enriqueciera, modernizara y actualizara. Ese grupo tuvo un guía excepcional que se llamó Vicente Emilio Sojo, uno de los hombres más importantes que ha tenido nunca este país y cuyo año centenario comienza a celebrarse esta semana. Sojo, fundador de la Orquesta Sinfónica de Venezuela en 1930 y del Orfeón José Ángel Lamas, fue un gran creador, recopilador y formador de músicos y sus alumnos son el mejor legado al país. De Sojo fueron alumnos Antonio Lauro, Antonio Estéves, Inocente Carreño, Evencio y Gonzalo Castellano. Estos hombres guiados, educados y graduados por él han rescatado para nuestro país el hijo torrentoso de su grandeza musical y la consecuencia es el espléndido presente musical venezolano. Y digo que el mejor legado que le dejó Sojo a Venezuela fueron estos hombres, no sólo por la calidad de su creación sino por la dignidad de su vida ciudadana y la armonía de la calidad de esa creación con la dignidad con que han sabido vivir. MAR habló de Raúl Borges, un hombre de la contemporaneidad de Sojo que tuvo la particularidad de fijarse en un instrumento en el que nadie se fijaba: la guitarra que antes servía para las parrandas y la serenata no obstante su antiquísimo abolengo musical. Y del mismo modo que Francisco Zárraga en España liberó la guitarra de la servidumbre y de las formas más simples de la composición, Borges empezó una obra que iba a terminar con el trabajo de sus discípulos Lauro, Alirio Díaz y Rodrigo Riera. Esta obra de Borges que en España iniciaba Zárraga y completaría luego Andrés Segovia, probó que la guitarra servía más que para la juerga del cante flamenco, para las grandes creaciones artísticas, sin que esto implique menosprecio para ninguna manifestación del arte popular. MAR, quien estuvo efectivamente muy ligado a su coterráneo Antonio Lauro, dijo que éste se dedicó a la guitarra en tiempos en que muy poca gente creía en las posibilidades del instrumento, a componer música para guitarra afincada en la mejor tradición venezolana, y su dedicación al trabajo de composición vino a coincidir en el cuajo artístico de los grandes intérpretes Alirio Díaz y Rodrigo Riera. Lauro que se aferró con gran amor a una de las formas más tópicas de nuestra composición popular la del vals; que ha hecho el prodigio de componer conciertos para guitarra y orquesta haciendo valer la guitarra como instrumento macho de la orquesta, es tal vez uno de los venezolanos y Latinoamericanos más universales de todos los tiempos. La música de Lauro es ya un hecho común en todos los rincones del mundo civilizado y no hay concertista importante que no tenga en su repertorio obras de Lauro. A este hombre venimos a honrar no solamente por el renombre que le ha dado a nuestros país, renombre que sin duda va a crecer con el tiempo, sino también porque ha probado la fe del venezolano en los valores del espíritu en esta época de hecatombe con los valores morales, donde la gente se siente menguada si no puede ir a Miami, o si no tiene quinta nueva o cuatro carros en la puerta de su casa. Lauro, dijo MAR ya para terminar, probó cómo a nuestro país se puede servir, sirviendo a los valores del espíritu, cómo puede alimentarse el patrimonio espiritual e intemporal del hombre dándole un mensaje de belleza aunque ello no produzca enriquecimiento ni encumbramiento”.
Cuando cumplió sesenta años el 3 de agosto de 1977, fue declarado Hijo Ilustre de Ciudad Bolívar por la Municipalidad. Lauro, quien nació en la cuadra de la plaza Bolívar de esta ciudad, en 1917, en plena época gomecista, llegó a recibir el homenaje junto con su hija Natacha a la que está dedicado uno de sus valses más difíciles y famosos. Se ausentó de su pueblo a la edad de nueve años, pero la ciudad la conoce y se la sabe de memoria porque nuca dejó de regresar. Recientemente había sido objeto de un homenaje del Colegio de Abogados. Entonces tocó para él Alirio Díaz, uno de los guitarristas que más admira y el que mejor ejecuta las creaciones musicales de Lauro que llegan a unas doscientas.
Cuando Antonio Lauro habló con quien esto escribe, aclaró que no era guitarrista sino compositor de música para guitarra, para lo cual, por supuesto, se necesitaba tener un conocimiento profundo del instrumento.
El artista nativo la conoce sin duda y afirma que es uno de los instrumentos más expresivos y completos, del más alto nivel, pero no se puede decir que sea mejor que otro porque todos los instrumentos tienen su nivel y su valor.
De la antigüedad de la guitarra, madre del popular y criollísimo Cuatro venezolano, nos habló Antonio Lauro. La guitarra viene desde mucho antes que el piano. En el siglo XV y XVI ya se tocaba y se conocía con otro nombre: Laúd.
A Venezuela llegó con el nombre de “guitarrito”, en el tiempo de la conquista. La trajeron los españoles de la península, a donde a su vez la introdujeron los árabes. Era de cuatro cuerdas, la quinta se la agregó un sacerdote innovador y luego para que se pareciera a la vihuela le agregaron la sexta cuerda. Pero la guitarra ha resultado un instrumento más avanzado que la vihuela, más afinado, más sonoro y con mayores posibilidades. Para llegar a ser un buen compositor de música de guitarra, confesó Lauro, que hay que tener un conocimiento pleno del instrumento y que en su caso eso le ha valido una producción importante entre la que destacan “Natacha” y “Concierto para orquesta”
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