sábado, 19 de noviembre de 2022
RELATO DE LA ISLA (IX)
Hubo un tiempo, específicamente en el siglo XVI en que predominó el uso de la perla como forma de pago, cuyo valor dependía de su peso. Estas perlas provenían principalmente de las islas de Cubagua, Coche y Margarita. El Cabildo Caraqueño declaró las perlas de Margarita como moneda entre 1589 y 1620. Por supuesto, no había todavía señales de vida del navegante de la isla de Coche, Juan Casanova Gil que vendía perlas al por mayor compradas a las embarcaciones que depredaban con arrastras los cultivos cercanos a los litorales caribeños. Estas gemas apreciadas desde la antigüedad, jugaron un papel fundamental como artículos de lujo, formas de acumulación de riqueza, símbolos de poder y formas de transacción comercial. Las perlas estaban relacionadas con la realeza y el alto clero, y aunque existía un mercado de perlas muy importante, estas eran usadas como obsequios para los reyes, las reinas e importantes personajes, como ocurrió con la llamad Perla Peregrina que no era tan peregrina como lo denota su nombre, sino que fue bautizada así por su peculiar forma de pera con un brillo y color que la hacen única en el mundo. Fue hallada en Panamá a principios del año 1500 por un esclavo, que la ofreció a Diego de Tebes, alguacil mayor del istmo en aquella época. En 1585 De Tebes llegó a Sevilla para regalarle la perla al rey Felipe II. Entonces, se incorporó a las joyas de la corona, convirtiéndose en una de las estrellas junto al diamante El Estanque. Ambas fueron montadas juntas-. La perla fue pasando de mano en mano y así puede verse en los retratos de Felipe III, Margarita de Austria o la reina Isabel de Borbón. La perla permaneció en España hasta 1808 cuando, con motivo de la Guerra de Independencia, se saquearon todas las joyas de palacio. José Bonaparte, nuevo rey de España, ordenó el envío de las joyas de la corona española a Francia y regaló la perla a su mujer, Julia Clay, que la conservó hasta que se separó de Bonaparte. Este, habiendo perdido el trono, emigró a Estados Unidos, llevándose consigo la perla. A su vuelta a Francia, dispuso en su testamento que La Peregrina fuera entregada a su hijo, el futuro Napoleón III, para que sufragara los gastos que se produjeran para ser rey de Francia. No obstante, este terminó vendiéndola al marqués de Abercorn debido a los problemas económicos con los que se encontraba.
En cuanto a “El Estanque”, compañero de La Peregrina, era un diamante de absoluta transparencia, con un peso de 100 quilates. Felipe II, rey de buen gusto por lo visto, lo adquirió en bruto en Amberes, y pagó por él 80.000 escudos. En España lo hizo tallar y el resultado fue una piedra preciosa en forma de cuadrado, maravillosamente trabajada, y a causa de su transparencia absoluta, su tono azul acerado y su forma se le denominó “El Estanque” que estancado debe estar en alguna parte o fraccionado como el Diamante de Barrabás. El diamante de Barrabás, decir del vulgo, era algo así como una pera, pero realmente no era tal sino más pequeño y pesaba 155 quilates (31 gramos).
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