A fuerza de soga
enlazada a la espalda, el pescador desde muy de madrugada tiempla y jala al
Mandinga que no es diablo ni niño travieso sino un largo como emboyado y emplomado tren de pesquería. Pretende el
pescador de la Isla de Coche que el tren hasta el copo llegue a tierra con su cardumen de lisa, sierra o
carite que la vianda del cochero espera.
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