Lo confeccionaron en Loa Robles del Pilar margariteño, muy cerca de la Escuela de Artes y Oficios donde Trina, la directora, le sonreía al sacerdote hijo de Los Millanes. No hallo las palabras exactas para describir ese regocijo tan propio de los niños cuando el Padre Marcano me hizo ese regalo que vino a suplantar definitivamente mis tradicionales alpargatas de goma, las más baratas. Las de suela de cuero eran de lujo y sólo posibles en las fiestas patronales. Ay, de tanto usarlas mis pies de ancho parecían unas chalanas. De modo que cuando calcé mis primeros zapatos sufría las de Caín o las del Señor en El Gólgota, pero no obstante las exhibía orgulloso. Aquellos orgullosos zapatos me los regaló el Padre Marcano más por él que por mí y me recordaba los del hijo de Perucho Alfonzo, el carpintero de Los Olivos, que la primera vez que los calzó se agachaba cada cien metros de camino para quitarle el polvo con un trapito que a manera de pañuelo cargaba expresamente en uno de sus bolsillos. Por eso, se mantenían lustrosos los días festivos o en las fiestas patronales de San Pedro.
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