Mi madre era costurera. Giraba la rueda de la máquina Singer mientras ésta iba pespunteando la costura del vestido por encargo de la mujer del pescador de Punta Honda. Vestido de cretona barata sin que por ello dejara de tener estampadas florecitas parecidas a las que Petrica cultivaba en el jardín colgante del patio de la casa.
Sobre un costado de la Singer, deslustrada de tanto salitre en el ambiente, reposaba entre fumadas el encendido tabaco artesanal con su humo penetrante.
A veces el tabaco reposaba rato largo cuando mi Madre se levantaba a atizar la candela del fogón, entonces yo aprovechaba para succionar el aroma alucinante hasta que un mal día la borrachera me puso al descubierto Desde entonces, nunca más he vuelto a pecar porque bajaron de la conciencia todos los castigos.
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