jueves, 29 de diciembre de 2011

Los amargos y dulces tiempos del agua

El agua de los manantiales de la Isla de Coche sólo era aprovechable cada 24 horas. La gente madrugaba con latas y barriles y muchas veces había que seguir en la cola hasta el día siguiente en procura de agua dulce y clara. Clara la primera, porque a medida que se iba llegando al fondo, el agua asumía un color amelonado que en casa había que despejar agregándole gránulos de alumbre.
No eran muchos los manantiales y a ellos sólo tenían acceso contadas familias. La mayoría iba a "El Secreto", zona arenosa en punto noroccidental donde cavando hasta medio metro de profundidad, era posible sortear asientos de agua salobre.
Obviamente que frente a esta realidad de escasez, el agua de la estación lluviosa, cuando las nubes no pasaban de largo, resultaba una forma de vendimia para los habitantes de la isla. Cada gota parecía una jugosa uva caída de la Viña del Señor. Los niños se lanzaban desnudos a las calles a disfrutar bajo los aleros la cosecha del tiempo. Se llenaban los tanques de reserva, tambores, baldes, tinajas, tinajones, barriles, garrafas, garrafones y cuanto recipiente disponible existiera.
Estos ritos, porque era como un rito la ofrenda del agua. Estos ritos de los Manantiales, de El Secreto y la Lluvia pasaron a la historia cuando a fines de los años cuarenta el "agua de cancamure" (así llamaban el agua que venía del Estado Sucre) comenzó a llegar en grandes gabarras y definitivamente en los años sesenta cuando el Presidente de la República, Rómulo Betancourt, inauguró el Acueducto Submarino.
Entonces pasaron a la historia el Pozo de Dolores Pérez en Túa Túa; los pozos de Andrea Pérez y Lázaro Cova, en Valle Seco; el Pozo de Primitivo Marcano o de Teresa, en El Cardón y el de Simplicio Cortesía (Ficho), tan profundo que había que sacar el agua con aparejo, al igual que ocurría con los pozos de Simón Bermúdez y Mariano Hernández en La Gloria.

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