miércoles, 23 de noviembre de 2022
RELATO DE LA ISLA (V)
Tía Victoria era devota de la Virgen del Carmen y sus escapularios solía colgar a su único hijo varón. Marcos, cada vez que montaba el Velocípedo que le había comprado y el cual mucho después utilizó el fino artesano Pedro Pablo (el Loco Pedro Pablo) para construir un avión y participar en las tradicionales comparsas o diversiones de Año Nuevo en la isla y cuya guaricha principal era la bella morena Josefina Antón, hija predilecta de Francisca (Chica) Sánchez, costurera que confeccionaba los vestidos de figurín a la atractiva Asunción (Choncita), hermana de Marcos, casada años después con Nicolás Salazar, sagaz contrabandista, padre de Víctor Salazar, premio de poesía latinoamericana 1974. En entrevista del periodista Rafael Arteaga para El Nacional el poeta recuerda a Tía Victoria, la abuela y su pulpería. La abuela vivía preocu¬pada por la muerte. No de¬seaba causarle molestias a na¬die y se hizo construir su ur¬na con el único carpintero del pueblo. Pero la abuela era fuerte y muchos otros murieron antes que ella y cada vez, le solicitaban prestada su urna. Luego se la pagaban con otra caja cuando el carpintero podía hacerla. Así enterraron a medio Coche. Pero cuando la abuela murió, no tenía su urna, pues dos días antes la había prestado para que enterraran al carpin¬tero. Entonces los familiares se vieron en la necesidad de ir por otra urna a Margarita. Su hermana, Evangelia, hizo lo mismo. Mandó a hacer su urna en vida y la hija de Evangelia, Petra Margarita, confeccionó en vida su mortaja que vistió horas antes de morir. Seres humanos humildes con plena conciencia de que son parte del cosmos pues hasta los planetas tienen su cementerio que son los agujeros negros. Sólo el Universo es infinito, se expande cada vez más aunque bien sabemos que tiene su Big Bang. Todos, como el Universo, tenemos un principio, un big bang. La mujer se abomba, explota y nacemos. Por eso, quizá, el ser humano es tan contradictorio, acaso por ser parte del cosmos que tiene su origen en la contradicción de partículas espaciales. Por lo que la Naturaleza que busca el equilibrio ha diseñado una especie de ecología cósmica para evitar la catástrofe humana de la que trata la teoría demográfica malthusiana, sino se controla la natalidad, pues la población crece en progresión geométrica mientras los medios de subsistencia, solo crecen en progresión aritmética. Ningún país quiere ser como Sudan del sur en el África oriental donde relativamente se muere de hambre. Afortunadamente la isla de Coche, al sur de Margarita, es pequeña, apenas 11 kilómetros de largo por 11 y medio de ancho y pocos habitantes, rodeada de ostrales y una fauna marina envidiable que si bien es lo que le faltaba a la Bodega de Tía Victoria era fácil encontrar en las rancherías de Froilán Lunar (Chilnango), centrado en la pesca de la lisa, los Conchos (Coellos) en el carite, la sierra y Justino Marcano, dedicado en la pesca del Corocoro. Los moradores solían decir: “Nada como el Corocoro de San Antonio” muy agradable y sabroso según el gusto de los pueblerinos Esa zona playera era conocida con el nombre de “San Antonio”, los cochenses no saben por qué, pues el santo portugués y franciscano nada tenía que ver con la zona. Siempre vestido con hábito de color marrón, era venerado por las mujeres que buscaban novios y por las prostitutas que querían adecentarse ante la sociedad, entre ellas, las lindas huésped del Trocadero de Edelmiro Lizardi. Por cierto, que al pescador más longevo del Orinoco, Óscar Castro, lo apodaban “Corocoro”. Nunca dijo por qué. Se comentaba que el pez era llamado así porque en cardumen emitía a coro un sonido muy característico que recordaba a muchos feligreses el alto coro de la Catedral de Ciudad Bolívar cuando Carlos Afanador Real ejecutaba con sus niñas el Órgano de mil voces que el Gobernador Juan Bautista Dalla Costa hizo traer e Londres a finales del siglo diecinueve, instrumento musical gigantesco y de fuelles que al final, por incuria, se tragaron los comejenes, según confesión periodística del músico bolivarense, Fitzi Miranda, autor de 62 canciones, grupos polifónicos, himnos y 8 sinfonías. También fue director de la banda municipal Juan Bautista Dalla Costa, fundada en 1860 para debutar el 15 de febrero, aniversario del Congreso de Angostura o Segundo Congreso Constituyente de la Venezuela Republicana, bajo la dirección de Pepe Mármol y Muñoz. El Concejo la bautizó con el nombre de Juan Bautista Dalla Costa (Padre) en homenaje a quien fuera tertuliano del Libertador Simón Bolívar, regidor municipal y valioso colaborador de la causa republicana. Esta Banda Municipal quedó disuelta en 1862 por falta de recursos tanto, humanos como financieros, pero al siguiente año, el gobernador doctor José Ángel Ruiz, creó la Banda del Estado bajo la dirección del maestro italiano Miguel Denti que se mantuvo a duras penas hasta el 19 de diciembre de 1916 que el Presidente del Estado, general Marcelino Torres García, decretó la creación de la Banda Gómez del Estado y designó a otro italiano, José Francisco Calloca como director. Tras la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, los bolivarenses, cansados de los andinos en el Poder, presionaron para que fuese un nativo, tal en 1936, el doctor José Benigno Rendón, profesional de la judicatura Fue él quien dispuso el nombre de Juan Bautista Dalla Costa para la definitiva Banda del Estado. La Banda debutó con ese nombre el 15 de febrero de 1937 bajo la dirección del guariqueño Telmo Almada, autor de 200 valses, entre ellos, “Canciones de Himeneo” y del Foxtrot “Mascaradas” que nunca faltaba en los Carnavales de Ciudad Bolívar. Este compositor murió invidente. Murió ciego, sin poder leer los arpegios de sus últimas creaciones. Lo mismo le ocurrió a Beethoven, que murió sordo sin poder oír sus sonatas y sinfonías, especialmente la Quinta que le dio la vuelta al mundo de la música. Destino cruel para quienes se atrevieron tocar el cielo de sus afanes existenciales.
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