Marceliana Coello vivió con su único e inseparable compañero: “Daramis”, un perro negro lanudo al lado del cual interpretaba por las noches en su piano “Claro de Luna”, y luego acostada en el patio contaba las estrellas hasta dormirse. Una noche se quedó dormida para siempre. Su perro inquieto la olisqueó de pies a cabeza antes de salir a la calle a le media noche y llorar doloridamente como un lobo. Después del sepelio estuvo sin comer en días. Finalmente abandonó la casa y fue a morir sobre la tumba de su ama.
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