Chucha Gómez consumió su preciosa virginidad y soltería en el camarote de un Correo que navegó desde y hasta la isla por todos los mares y confines. Paradójicamente, que recuerde, nunca hubo en la valija una carta para ella. Sólo tarjetas de condolencia mucho después de aquella tarde que estampó el último matasello sobre la correspondencia de salida.
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