Los “Ñeros” estaban como pobres de nuevos horizontes cuando el turco Salim les abrió los postigos de lugares remotos que excitaron su espíritu de hombres de mar y, sin pensarlo mucho, un día antes de la octavita de la virgen se hallaban “arrasando” los ostrales del mar rojo.
De Margarita a las costas de Arabia
hay un buen trecho y la distancia se refleja en
la naturaleza, forma y color de las costas. Perlas como las de Paraguachoa, ninguna
aquellas madreperlas de allende los mares eran más pobres que el alma del turco
Salim Abouchamad, empresario de la idea.
En la propia geografía de los
acontecimientos, allí frente a las costas de Eritrea y Socotora, las celosías
de la emoción por nuevos mares promisorios se cerraban. Había que regresar. Caletearon pesados fardos del ejército
italiano a apoderarse de Etiopía y se hicieron de unas cuantas liras para
sobrevivir y escapar de los nubarrones belicistas que se cernía sobre la negra
Abisinia.
En Venezuela, Gómez tenía la muerte
anunciada, pero el Correo era más expedito
que el de ahora y mi General pudo enterarse a tiempo de las vicisitudes
de aquellos diecisiete pescadores margariteños que quisieron establecer su
ranchería en las costas africanas. De
manera que ordenó todas las providencias consulares para reponerlos de nuevo en
el punto de donde salieron un 24 de julio de 1934. Al cabo de trece meses retornaron los “ñeros”
de aquella aventura parecida a un cuento
de la sultana Scherezada.
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