Yo temblando del susto, lo veía desde la rejilla de la ventana caminando con pisadas de trote demorado apoyado en sus muletas con las que trataba de suplir su pierna mocha en aquel largo sendero sin huellas desde Los Olivos hasta Valle Seco. Juan Moyo me sobrecogía de miedo y con Juan Moya mi Madre me amenazaba para que no me retardara tanto en los mandados. Juan Moya me deprimía de pánico al igual que los enmascarados de las Diversiones de Año Nuevo, lo mismo que la Chinigua, la Llorona, El Encapuchado, la Mano Negra y la Sombra entre tantos fantasmas y aparecidos en las noches sin luna ni bombillas, no obstante ser Juan Moya un alma de Dios invalidado en su tiempo de pescador por una Manta o Paz de espada.
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