Cuando Rómulo hizo construir el acueducto submarino, los margariteño dejaron de cantar la antigua canción del marino “Agua, agua por todas partes / Y ni una sola gota para beber”.
Cada vez que Pedro Pablo madrugaba asomado a la ventana de mi casa queriendo hablar sobre Sócrates, Platón y Aristóteles, las tres deidades de la filosofía jónica, mi madre se angustiaba y aparte del insomnio que nos causaba, sentía pena a la vez que divertimiento por el amigo.